La fotografía se usa en entornos de salud mental desde el descubrimiento de la mismísima fotografía, forjando una relación que vá más allá en el tiempo y las implicaciones mutuas, de lo que pueda parecer a primera vista. Quizás al principio con algunos intentos un tanto disparatados, pero bueno, como en tantos otros inicios, marcados a la vez por la fascinación y la inexperiencia.
No es mi intención revisar o juzgar lo que hicieron aquellos pioneros, sino intentar rescatar el interés que subyace en sus conciencias y que hoy día puede seguir siendo un poderoso aliado, para esta curiosa relación entre fotografía y salud mental.
Vayamos al principio. La fotografía, nació como la pura evidencia de la realidad, o eso rezaba en su presentación de la Academia de las Ciencias de Paris en 1839, y desde los primeros registros visuales hubo un grandísimo interés por conocer cuáles eran los potenciales que traía esta nueva tecnología.
En aquella época, para ponernos en situación, todavía no se había publicado La interpretación de los sueños de Sigmund Freud o la teoría de la relatividad de Albert Einstein, y el pensamiento científico, digámoslo así, tenía un concepto amplio sobre la idea de evidencia. Así que se pensó, que, si la fotografía podía evidenciar que un edificio o un ser humano existían, quizá también podía evidenciar ciertas características, no solo físicas, sino también psicológicas. De esta forma, en aquel mágico momento, algunos médicos psiquiatras y psicólogos aventuraron que la fotografía podía ser un instrumento diagnóstico de la salud mental de las personas.
Fueron pasando los años y entrando en el s. XX la fotografía evolucionó mirando a una sociedad que comenzó a consumirla en masa (primero como producto de las clases más adineradas y después como hobbie de la clases medias) y a apasionarse con el nuevo mundo de las imágenes impresas. Al mismo tiempo, la psiquiatría y la psicología iniciaron una frenética carrera evolutiva que ha durado desde esos primeros años hasta hoy. Esta carrera, con toda seguridad influyó en la formulación de la concepción psicológica del ser humano y consecuencia de esto, aparecieron una tras otra, decenas de escuelas y teorías sobre la inminente vida psíquica de las personas. Llegábamos a los años´50 y la fotografía se había convertido en todo un fenómeno social. Las aficionadas y aficionados a la fotografía salían a recorrer el mundo con todo tipo de cámaras, mientras el periodismo urgía en completar los relatos con buenas fotografías y se hacían populares grandes autores de la fotografía como Henri Cartier-Bresson, Ansel Adams, Richard Avedon, Robert Doisneau, Robert Frank, etc.
En aquel momento, la psicología y la psiquiatría acababan de echar un pulso del que había salido victoriosa la primera, consolidando terapias no químicas para muchas afecciones del alma y del psiquismo de las personas. Por otro lado, en ese mismo tiempo y sin hacer mucho ruido, los hermanos e investigadores Collier y Collier habían visto la oportunidad de hacer una antropología no invasiva gracias a la cámara de fotos. Ellos fueron seguramente los verdaderos pioneros en usar el potencial participativo y comunicativo de la fotografía y lo hicieron en silencio. Si nos avanzamos un momento de esos frenéticos años ´50 hasta los años ´70, la época en la que más literatura se ha producido sobre este campo (fotografía y salud mental), cuesta encontrar referencias a estos antropólogos visuales. Los psicólogos que describieron los términos y presupuestos de esta época, pasaron por alto este precedente, seguramente de forma involuntaria. En cualquier caso, esto les permitió verse reflejados en la psiquiatría del s. XIX y no en la primera antropología visual, algo que sin duda daba una perspectiva extra a sus trabajos.
Continuando nuestro relato por los años ´50, vemos que en medio de toda la vorágine de las escuelas psicológicas y del crecimiento exponencial del mercado fotográfico, nacieron unas clases sociales trabajadoras con una renovada capacidad de gasto. Estas tuvieron acceso a la tecnología fotográfica y cambiaron el mundo, deseando que la historia del mundo se construyera no solo desde los discursos dominantes, sino desde sus propias narrativas domésticas. De repente, la narrativa de una familia no adinerada era posible, y la podía construir la propia familia. Resulta que había una madre o un padre que tenía acceso a retratar los eventos significativos y también coleccionarlos, según su criterio moral y estético, produciendo finalmente un álbum de fotos familiar. Nacía así una sociedad llena de micro identidades que se miraba a sí mismas por primera vez, del mismo modo que lo hicieron algunos pueblos indígenas en la década de los años ´50, gracias a las cámaras de fotos que habían repartido los hermanos Collier. Con la fotografía amateur, había nacido una posibilidad de mirarse a uno mismo y reconocerse, y de poder pensarse y celebrarlo desde la visión propia. Había aumentado drásticamente la posibilidad de decisión sobre aspectos de la identidad de cada persona o grupo, y curiosamente, esto encajaba perfectamente con el principio que regía en la psicología humanista del momento: que el ser humano aspiraba a verse a sí mismo para tomar responsabilidad sobre uno mismo en pos de la autonomía y la gestión individual.
Estábamos ya en los años ´60 y la fotografía había comenzado a impactar en el bienestar de las personas de forma autónoma y en silencio, y gracias a la antropología, también de forma estructurada, en procesos que implicaban el autoconocimiento y las narrativas sociales y culturales. Esto lo cambió todo, creando el sustrato necesario para el florecimiento de una relación más madura entre fotografía y salud.
Llegábamos a los años ´70 y la fotografía estaba de moda, y no solo en los espacios familiares, sino también en los culturales.
Llegó entonces el momento de los psicoterapeutas, que en Norte América, comenzaron a usar fotografías por diversos motivos dentro de sus consultas. Algunos como Walker, porque tenían unas fotos colgadas en las paredes, y otros como Krauss o Weiser porque habían puesto una cámara de fotos en las manos de sus pacientes y les habían pedido que trajeran fotos de sus familias a terapia. ¿No es fantástico? De forma innata traspusieron el papel que la fotografía estaba gestando en la sociedad americana a sus consultas, como acceso natural a la construcción identitaria y como herramienta no invasiva para dar a conocer un relato propio. Estaríamos hablando, en definitiva, de una herramienta que posibilitaba el autodescubrimiento, la gestión de símbolos culturales y la creación de relatos ricos en ideas, creencias y emociones.
Desde esta perspectiva, parece que la fotografía ha servido como un buen catalizador sobre la intención de mejora de calidad de vida que las personas han desarrollado los últimos 150 años. Incluso en algunas ocasiones, ha servido como herramienta para que algunos cambios personales, identitarios o sociales fluyeran con mayor velocidad y profundidad.
Hoy, bien entrado el s. XXI, podemos ver una foto global de esta relación fotografía- salud, con algunas de sus ramificaciones más importantes que nos ayudan a entender el verdadero potencial de esta relación. Sin embargo, como se sigue citando con frecuencia el trabajo de pioneros del s.XIX. como H. Diamond y obviando el de otros pioneros como el de los hermanos Collier, me gustaría volver al inicio de este papel. ¿Para qué? Para reconocer que las fotos decimonónicas de personas enfermas han calado hondo y que todavía hoy, fascinan en el fondo de su curiosidad a muchas personas y proponer, que estamos en un buen momento para pasar página sobre esas referencias tan pintorescas y centrarnos en aquellos trabajos y manifestaciones que pongan el acento en el papel de la fotografía en relación con la calidad de vida de las personas. No pensando tanto en describirla, como en facilitarla (la calidad de vida). Es un pequeño cambio de foco, que creo que puede ser muy útil, sobre todo para las personas usuarias, en este caso, en entornos de salud mental.
¿Quién escribe?
Me presento rápidamente: Soy David Viñuales y he trabajado e investigado durante más de 15 años sobre cómo y para qué usar imágenes en entornos de salud mental. Entre 2007 y 2012 escribí mi tesis doctoral titulada Fototerapias: de la fotografía como herramienta terapéutica a la fotografía. Para mí la fotografía es una herramienta maravillosa que pone de manifiesto el potencial ontológico de las imágenes y en este sentido, las infinitas posibilidades que podemos encontrar para mejorar la calidad de vida con estas. Vivimos en imágenes, luego las fotografías, usadas de forma cuidadosa y consciente, ¿cómo no van a tener efectos terapéuticos?
Fotografía de portada de Hugh Welch Diamond. Obtenida de losgrandesfotografos.blogspot.com
2 comentarios
!Muchas felicidades David siempre tus aportaciones son muy interesantes !
Wow!! que magnificio reportaje! muy interesante y alentador, darle mas matices de objetivos a la fotografía, irnos más alla del arte -que es hermoso sin duda- a construir bienestar a través de las imágenes. Bienestar y autoconocimiento.
Excelente, Saludos desde Ecuador.
Sara.
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