Territorios y cartografías personales

Nota de diario 9/12/16

Tantos días recorriendo caminos interiores, al final he perdido el norte que no he encontrado en pensamientos, ni tampoco en sentimientos..

Tantas cartografía de emociones, en tan bastas llanuras, dejan atrás los últimos ecos que me unían a las profundidades. No queda nada en el desierto. Bueno, encuentros fugaces entre fantasmas. Tras Deleuze y antes tras Platón no queda espacio, más que para una perspectiva sobre lo posible. Allí, tan lejos de mí, de repente me siento fragmentado.

Descanso y alzo la vista y veo. Veo un territorio iluminado, en una noche despejada por unos kilómetros de brumas y nieblas. Veo algo que me hace sentir otra vez. Hace frío, dos grados centígrados, y tomo varias fotografías. Son los mallos de Riglos: unas paredes de piedra conglomerada de 300 metros de altura. He escalado aquí durante años. Es un lugar mágico. Lleno de recuerdos, de sueños, de proyectos, de alegrías y de fracasos. Hoy es de noche y todo eso descansa en mi memoria y se proyecta sobre la escasa luz que el pueblo arroja sobre las paredes ¿qué sería de mí sin esas paredes mágicas que me hacen volver a sentir la realidad en primera persona?

Me llevo esta foto, que es una cartografía exacta aunque temporal, de ese momento de mi vida; paradójicamente, momento que ya es una memoria dispuesta a revelarse de cualquier forma presente, y a mí, me devuelve el aliento de la noche y el gozo de ver y sentir sin palabras.

 

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