El instante decisivo: un grito a la libertad

El instante decisivo en la fotografía es un término acuñado por Cartier-Bresson, que sirvió para hacer épica del fenómeno fotográfico.

Pongámonos en situación. Eran los años `30 del siglo XX. Durante el periodo entreguerras en el que la sociedad europea intentaba recuperar el pulso económico. La industria fotografía se estaba acercando al gran público con cámaras más “portables” y económicas. Fotógrafos como Henri Cartier-Bresson se estaban lanzando a las calles con esas cámaras, más ligeras y accesibles, retratando su propio tiempo. La cultura fotográfica había conseguido ya una gran tradición en la creación y construcción de escenas pictorialistas y estos nuevos fotógrafos, con estos nuevos equipos, podían estar en contacto con la realidad de una forma más directa, natural e intensa.

Quizá les empujaba sentir que podían detener el tiempo, o quizá disfrutaban al redescubrir sus creaciones invisibles. En cualquier caso, empujado quizá por estas sensaciones, Cartier-Bresson dio sentido a todo un mercado creciente. Su genialidad fue señalar la importancia del pequeño gesto de un insignificante dedo índice. El “clic” decisivo. En medio de una sociedad que buscaba salir de la miseria pero se veía abocada a una segunda gran guerra, ¿quién no se quería sentirse identificado con ese insignificante pero poderoso gesto?, ¿quién no quería pensar que cualquier gesto, por pequeño que fuera, podía cambiar las cosas?

El instante decisivo, por un lado era una especie de capacidad mágica que cortaba el tiempo y lo detenía, y por otro, era la revelación inconsciente de un sentimiento de impotencia que quería liberarse. Era toda una proposición de principios, un grito a la libertad. Un grito que fue muy bien aprovechado por una industria que quería ser escuchada por clases sociales descosas de crecer y contar su propia historia, y por supuesto, con cierta capacidad adquisitiva. Así, el grito de Cartier-Bresson se convirtió en el eslogan, no solo de las personas que buscaban trascender la levedad del ser humano, sino sobre todo, de una industria que estaba deseosa de vender muchísimas cámaras y que iba a cambiar la sociedad, mucho más de lo que ella misma era capaz de imaginar en aquel momento.

Vino otra guerra, vino otra recuperación y la clase obrera también quiso contar su propia historia. Aparecieron los consumidores en masa y las cámaras fotográficas de todo el mundo comenzaron a capturar miles y miles de “instantes decisivos”. Después de noventa años de instantes decisivos y una industria desbordada, estos se han vuelto un poco menos decisivos. Ahora resulta que nos estamos fascinando con los millones de momentos no decisivos e intrascendentes que capturamos y compartimos. El grito de libertad y de trascendencia de Cartier Bresson ya no vende cámaras y la inmediatez ha pasado de ser algo cuasi sagrado a ser algo directamente vulgar. Me como una hamburguesa y foto, al insta. Un viaje a la playa, foto y al insta. Con la fotografía, en algunos momentos buscamos encontrar extraordinario, pero la mayor parte del tiempo, buscamos compartir lo ordinario, y lo consumimos como si fueran patatas fritas del Mc Donald. En el fondo, cuanto más industriales y estándar sean mejor. Y la industria avanza. Ya no se venden tantas cámaras, se venden otros aparatos con cámaras que nos permiten mirarnos y sobre todo, que nos miren. El eslogan de Cartier-Bresson ya no funciona, y curiosamente, ahora más que nunca, la fotografía tienen un papel primordial en nuestras vidas. Tomamos imágenes, no para celebrar un encuentro con la realidad trascendente, o con la inmanencia del mundo, sino para dar testimonio de normalidad.

fotografía: Dziubi Steenbergen

Se dice que tomamos más y más fotos por un narcisismo congénito que se crece en los selfies. Pero si miramos más a fondo, nos encontramos con otra necesidad vital que tenemos todas las personas para crecer y desarrollarnos. Una necesidad y una virtud que transforma la tendencia narcisista en algo positivo para la vida comunitaria. Se trata de la tendencia social que nos arrastra a mirarnos en los otros y que nos da la oportunidad de vernos reflejados.

Al fin y al cabo, somos seres con serias dificultades para vernos a nosotros mismos. Ese es nuestro sino como especie. La individualidad es algo que en el fondo llevamos muy mal. Nos vemos a través del otro y por eso criticamos, amamos, traicionamos y perdonamos. Necesitamos a los demás para saber cómo somos y a través de los selfies, las sonrisas falsas y los posados artificiales, no hacemos más que imitar gestos y símbolos que nos permita vernos en relación a los demás.

Dicho esto, podemos afirmar que haciendo fotografía ganamos libertad y compromiso social. Luego dirán que la fotografía no es terapéutica.

The decisive moment: a scream for freedom

The decisive moment in photography is a term coined by Cartier-Bresson, which served to make the photographic phenomenon epic.

Let’s put ourselves in the situation. It was the ’30s of the 20th century. During the inter-war period when European society was trying to recover the economic pulse. The photography industry was approaching the general public with more “portable” and economic cameras. Photographers like Henri Cartier-Bresson were taking to the streets with these cameras, lighter and more accessible, portraying their own time. The photographic culture had already achieved a great tradition in the creation and construction of pictorialist scenes and these new photographers, with these new equipment, could be in contact with reality in a more direct, natural and intense way.

Perhaps they felt that they could stop time, or perhaps they enjoyed rediscovering their invisible creations. In any case, perhaps driven by these sensations, Cartier-Bresson gave meaning to a whole growing market. His genius was to point out the importance of the small gesture of an insignificant index finger. The decisive “click”. In the midst of a society that was seeking to escape from misery but was heading for a second great war, who didn’t want to feel identified with that insignificant but powerful gesture, who didn’t want to think that any gesture, however small, could change things?

The decisive moment, on the one hand, was a kind of magical capacity that shortened time and stopped it, and on the other hand, was the unconscious revelation of a feeling of helplessness that wanted to free itself. It was a whole proposal of principles, a cry for freedom. A cry that was very well taken advantage of by an industry that wanted to be heard by social classes unwilling to grow and tell their own story, and of course, with some purchasing power. Thus, Cartier-Bresson’s cry became the slogan, not only of people who sought to transcend the lightness of the human being, but above all, of an industry that was eager to sell many cameras and that was going to change society, much more than it was capable of imagining at the time.

Another war came, another recovery came, and the working class also wanted to tell its own story. Mass consumers appeared and cameras all over the world began to capture thousands and thousands of “decisive moments”. After ninety years of decisive moments and an overflowing industry, these have become a little less decisive. Now it turns out that we are becoming fascinated with the millions of non-decisive, inconsequential moments that we capture and share. Cartier Bresson’s scream of freedom and transcendence no longer sells cameras, and immediacy has gone from something quasi-sacred to something directly vulgar. For exmple, we eat a beautiful hamburger and take a picture for Instagram. A trip to the beach, so photo to Instagram. With photography, we sometimes seek to find the extraordinary, but most of the time, we seek to share the ordinary, and we consume it as if it were McDonald’s fries. In the end, the more industrial and standard they are, the better. And the industry moves on. Not so many cameras are sold anymore, other devices are sold with cameras that allow us to look at ourselves and above all, to be looked at. Cartier-Bresson’s slogan no longer works, and curiously, now more than ever, photography has a major role in our lives. We take images, not to celebrate an encounter with transcendent reality, or with the immanence of the world, but to give testimony of normality.

It is said that we take more and more pictures because of a congenital narcissism that grows in the selfies. But if we look deeper, we find another vital need that all people have to grow and develop. A need and a virtue that transforms the narcissistic tendency into something positive for community life. It is the social tendency that drags us to look at ourselves in others and that gives us the opportunity to see ourselves reflected.

After all, we are beings with serious difficulties to see ourselves. That is our fate as a species. Individuality is something that deep down we carry very badly. We see ourselves through the other and that is why we criticize, love, betray and forgive. We need others to know how we are and through selfies, false smiles and artificial poses, we do nothing more than imitate gestures and symbols that allow us to see ourselves in relation to others

Having said that, we can say that by doing photography we gain freedom and social commitment. Then they will say that photography is not therapeutic.

Fotografía de portada: José Oltra. Autorretratos, 1929-1981. Fondo Oltra. Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca.

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